domingo, 24 de octubre de 2010

Come on, you lazy bastard!

El western es lo mismo que la historia de América. Es el género referido a un momento concreto de su historia, el de la lucha entre la Ley y la ley del Oeste. El western crepuscular da un paso más. El resultado de esa batalla ya lo conocemos, y este género se coloca en sus últimos coletazos. Poco le falta al crepúsculo para convertirse en la oscuridad de la noche, al igual que ocurrió con la victoria de la Ley. En definitiva, más que la edad gloriosa de conquista y nuevo mundo, lo que rezuman estas películas es decadencia. Esta manta temática arropa y condiciona todo lo demás, tanto en el caso del western clásico como en el crepuscular, al que tanto contribuyó Sam Peckinpah.

Es sobradamente conocida y, con más de 40 años, no es ninguna novedad, pero The wild bunch (Sam Peckinpah, 1696) merece un comentario en este cuaderno virtual, pues hasta ahora no había tenido la oportunidad de masticar semejante obra maestra.



Como con Pat Garret y Billy the Kid, esta vez también se enfrentan dos antiguos compañeros, dos amigos a pesar de todo, aunque la guerra es mucho mayor. Uno, Pike, comanda el
grupo salvaje, dedicado a ganarse la vida aplicando la ley del Oeste. Una vez más, estas reglas morales se verán reflejadas perfectamente en las acciones de sus personajes. Es un experto veterano que pocas veces concede algún error en sus misiones. Interpretado por William Holden, una mezcla de Del Bosque y Cachuli. El otro, Deke Thornton, se encarga de dirigir a una banda de holgazanes carentes de disciplina y talento que persigue al grupo salvaje. Realmente no quiere ajusticiar a sus amigos, pero está obligado por quienes le capturaron. Estos son, precisamente, los de la compañía del ferrocarril, que, como avanzando raíl a raíl, representa el imparable desarrollo de la civilización y el estado provenientes del Este. La clásica batalla americana, pero ya en sus últimas.

Lo que ocurre al otro lado del río Bravo es otra historia, pero con mucho protagonismo en la película, pues casi toda ella transcurre en México. Allí se encuentra Mapache, uno de los generales que movilizan un ejército para alzarse con el poder. Su enemigo principal es Pancho Villa y el pueblo mexicano, así como los indios del lugar. El grupo salvaje se moverá entre todos los bandos, aunque al final prevalecerán los nuevos tiempos, y por encima de todo, con ellos morirá la ley del viejo oeste, nunca traicionada. El actor que interpreta a Mapache, Emilio Fernández, es muy Pinochet. Apropiado.

El avance del western clásico al crepuscular no es gratuito, y la diferencia argumental (más que temática) viene acompañada de una pequeña revolución expresiva.
Una de las críticas mayores que Peckinpah recibió siempre fue la ingente cantidad de violencia en sus filmes. Nunca se había visto tanta sangre y nunca de ese modo, en los desiertos americanos. Lo mismo pasa con los desnudos. Ciertamente salvaje. En The wild bunch también vemos los elementos de la época que terminará con el viejo oeste, el comienzo de lo automático: un automóvil y una metralleta. Junto con todo ello, un estilo renovado, como el récord de cortes en esta película: 3.462. Sin duda, relacionado con el control absoluto que tiene Peckinpah sobre el tiempo. Lo maneja de forma brillante, introduciendo flashbacks apropiados y, sobre todo, ralentizando en momentos de gran carga dramática. En los títulos de crédito congela la imagen para presentar a los actores, llegando incluso a cortar el discurso del cura de un pueblo. Buen preludio de lo que pondrá en práctica. Destaca la planificación de las grandes escenas, a partir de la cual atomiza cada secuencia y las ordena de un modo brillante. No despista al ritmo ni al contenido dramático.

Los niños tienen un lugar privilegiado en el filme. Aparecen en momentos puntuales, pero su importancia es total. Al comienzo Peckinpah nos cuenta todo lo que vamos a ver mediante su juego de infantes: torturar a un escorpión y prenderle fuego. Al final, un niño comete el acto definitivo. Esta última batalla, o mejor dicho masacre, es absolutamente apoteósica. El
grupo salvaje no puede tener otro final. Conducido por un brillante tratamiento de la tensión previa al estallido de violencia, los salvajes saben que ya sólo les puede venir la muerte. Peckinpah dinamita la banda, sus enemigos y la propia película. Los protagonistas se tiran de cabeza, pero mueren con su dignidad impoluta. El relevo de salvajes que se sucede en el epílogo nos recuerda que la siguiente estación a la decadencia es inevitablemente el final.

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