Kiseki (2011) es la última película de Hirokazu Koreeda, estrenada en el Zinemaldi de Donostia y que ahora llega a los cines comerciales. Kiseki también es milagro en castellano. Pero los milagros no existen.
De eso se dan cuenta Goichi y Ryu, dos hermanos que viven en diferentes ciudades desde que sus padres decidieron separarse. Goichi, el mayor, vive en casa de sus abuelos con su madre y un volcán que llena de cenizas la ciudad. Ryu, el pequeño, vive con su padre, un músico despreocupado que intenta sacar su vida adelante.
Koreeda tiene especial gusto por el detalle, que saca a relucir tras el clímax de la película. Los detalles nos ayudan a construir el mundo de los niños, protagonistas de esta historia. Es un mundo mágico y divertido en su apariencia, pero más adulto que el mundo de los mayores. En la primera parte de Kiseki, los niños son los adultos, que conducen la película con el sentido común que les falta a los adultos que les rodean. En cierta medida, los niños son los que consiguen escapar del Japón actual, más loco que cuerdo.
Goichi desea volver a reunir a la familia, los cuatro juntos, como los días de convicencia. Como su madre, echa de menos los buenos tiempos. Ryu, como su padre, disfruta de su nueva vida, bohemia y divertida. A pesar del amor que siente por su hermano y su madre, no pretende volver al pasado, lleno de broncas y gritos. En la segunda parte del film, los dos se reunen tras meses y se embarcan en una aventura en búsqueda del nuevo tren bala, abierto entre las dos ciudades. En el punto donde se cruzan ambos trenes, una energía especial hace los milagros realidad.
Los hermanos están acompañados de los amigos de ambos, que ayudan a reforzar el papel que da Koreeda a los niños, filmados como nunca en el inexplicable mundo de los adultos. La ciudad de Goichu está cubierta por la ceniza de un volcán. En la casa del padre, Ryu ha plantado verduras, que se harán grandes en primavera. Pasado y futuro están presentes de maneras distintas. El mundo, como lo describe el director, está repleto de símbolos que hacen de esta historia un relato muy bello.
Si bien la narración es lenta al principio, muy descriptiva, el relato es fácil, lejos de un estilo japonés demasiado pausado. La construcción del mundo infantil, adulto, es perfecta y, en el camino, no hay lugar para la sensiblería. Las sensaciones pasan con naturalidad, sin ser forzadas. El dibujo de Koreeda es mágicamente simbólico y divertido.
La historia de los hermanos es un cuento universal. No sabemos si, con sus conversaciones telefónicas, nos hablan más de la diferente vida de ambos o de la dolorosa relación de sus padres. El tren bala concede un deseo, pero los milagros no existen. En este valiente viaje iniciático, los amigos que les acompañan sólo cuando duermen tienen lo que desean. Goichi y Ryu permanecen despiertos, aprovechando el tiempo juntos, pero conscientes de que sus sendas recorren caminos aparte. Ellos lo eligen así. Saben que, aunque haya amor, los milagros no existen.
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