Por lo menos, nos queda claro el protagonista del filme. Al contrario de lo que podríamos pensar, no se trata de una historia en torno al padre del director, aunque probablemente estén relacionados. La actriz principal es la casa, o su fantasma. Una casa abandonada, deshabitada. Esta casa (en Astigarraga, antigua vivienda del director) está vigilada, cuidada, mimada en su abandono por un guarda, al viejo estilo del guardabosques. Siempre le acompaña el cura del pueblo. Y así pasamos los minutos, entre sus incursiones por los pasillos del viejo hogar, por las venas de un edificio que definitivamente tiene corazón y vida propia. Seguramente es una vida a punto de desaparecer, pero resuenan por doquier los recuerdos de su juventud, de un pasado floreciente. Conocemos a la señora protagonista de los ojos de algo así como unos jóvenes obreros restauradores y, en otro momento de la obra, también nos acercamos a ella sobre los pasos de cuatro gamberros que entran buscando no sé qué. Incluso una guía de escolares nos habla del pasado señorial de la dorretxe (casa torre). En cualquier caso, durante la mayoría del metraje es el fantasma de la casa el que nos habla.
¿Cómo? Mediante largos planos, tomados desde los ojos de las paredes. Por ejemplo, un largo pasillo completamente a oscuras, hasta que uno de los persona(je)s abre las ventanas, una a una, con respeto, cariño, y éstas permiten iluminarlo. O ese plano de una suerte de amanecer interno, en el que la luz va entrando paulatinamente por un rosetón del techo. Hasta que das cuenta de lo que es, esa imagen nos dice infinidad de cosas, desde una luna que se enciende a la luz al final del túnel. Evocador, desde luego. Escuchamos, cuando hablan, las conversaciones entre guarda y cura. La película fue rodada sin guión, dando rienda suelta a los personajes. El propio De Orbe habla de realidad durante el rodaje reconvertida en ficción a la hora de montar. Y parece que el montaje corría a cargo de la propia casa. En esto radica la genialidad de las conversaciones: desde lo más banal hasta la trascendencia más apabullante, con toques de un humor auténtico.
Me entero ahora de las críticas negativas que recibió en su estreno, frente a las alabanzas. Dos posturas muy encontradas. Lo de siempre: el "no ocurre nada" y la belleza extrema. Entre otras cosas, se calificó a la obra de pretenciosa y hasta inane. Quizá sea pretenciosa, pero esto se limita a la sinceridad de su autor. Yo me quedo con lo bello del resultado, y me creo el proceso intimista necesario para la elaboración de esta obra.
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