miércoles, 16 de noviembre de 2011

Al límite de la experiencia

Después de tanto tiempo sin escribir una entrada en este blog, no vamos a volver ni con una película de ficción, ni con un documental, ni con cortometrajes ni siquiera con un concierto. Las experiencias audiovisuales también se pueden encontrar en otros formatos.



Las jornadas Pantalla Límite, organizadas por Jorge Núñez, David Feito y Natxo Rodríguez en la Facultad de Bellas Artes de la UPV, buscaban abrir esas otras ventanas al margen de la pantalla de cine, televisión o del ordenador, que se encuentran al límite de la creación audiovisual, al límite de la narrativa convencional. Estas jornadas trajeron como primer invitado a Andrés Duque.

La última obra del realizador venezolano, Color perro que huye (2011), se encuentra en el extremo del documental. Es, directamente, un compendio de los archivos que, como descartes de otras obras o grabaciones personales, se encontraban en el ordenador de Duque. A pesar de que se estrenó en Punto de Vista, su crónica se perdió en el tiempo y no comenté nada aquí, así que aprovecho esta entrada para recalcar el buen ojo del demiurgo. Pues es esa la labor que realiza: seleccionar, ordenar y mostrar, dejando que la mirada de cada espectador se funda con su trabajo de guía. La película comienza descolocándonos por su extravagancia, pero esta galería de clips comisionada por Andrés Duque termina fascinando, además de por su labor de montaje, creando nuevas historias de la relación de los vídeos, precisamente, por las mismas razones que muchas piezas anónimas que encontramos en la Red nos pueden encantar.

En el nuevo mundo de las tecnologías, Internet y la sociedad red, cada cual puede ser periodista, comunicador y también cineasta. Las posibilidades de crear una obra audiovisual se han posado sobre manos curtidas fuera del mundo académico y la expeciencia cinéfila. Lejos de ser esto el Apocalípsis, sencillamente es una oportunidad para disfrutar de obras inquietantemente maravillosas. Aquí entra en juego, principalmente, YouTube.

YouTube, entre otras cosas, pone a disposición de todo el mundo vídeos que de otra forma estarían ocultos. Por ejemplo, el siguiente. Todos nos acordamos de Natascha Kampusch, aquella niña secuestrada por su propio padre en Austria. Éste es el vídeo del zulo donde estuvo recluida grabado por un agente de policía:



Fascinante esta mirada inexperta, aparentemente sin cortes de montaje, de un simple agente de policía. Ayudado, claro está, por la fuerza del propio carácter del espacio y la historia que ya conocemos, la obra es en sí misma inquietante. El recorrido trazado por el zulo, los detalles mostrados, las letras policiales y el espejo sólo pueden ser producto de una esencia cinematográfica interior, quizás aprehendida inconscientemente tras años y años de consumo audiovisual. Al final, todo ciudadano es un experto cinematográfico. Cuando el pálpito audiovisual se desata de esta forma tan casual queda una pieza para el análisis. Como esta otra:



La (casual) puesta en escena es digna de un maestro del cine. Organizado en torno a un personaje heróico, capaz de discernir el bien del mal y aplicar la ley de la justicia, el travelling te captura de manera magistral. Este personaje ha tenido infinidad de versiones, otras muestras del arte que flota por Internet. El audiovisual no es más que una, si bien la más poderosa, entre las disciplinas artísticas que ha democratizado (cómo odio esta palabra) la sociedad red. El género más recurrido es el humorístico, a poder ser en los márgenes o ya fuera de la moral pública, que encuentra resguardo en Internet. Aunque el objetivo sea el entretenimiento, estas obras siempre están cargadas de ironía y algo más, algo que explora la complicidad de una comunidad mundial y un inconformismo siempre crítico. Pero volvamos al audiovisual, y hablando de versiones, YouTube también es un escaparate para quien decide mutar algo que ya existe:



Entre los vídeos propuestos por Andrés Duque, también hubo alguno directamente relacionado con el cine (con el cinematógrafo convencional, mejor dicho), como este trailer lynchiano de Dirty Dancing o una pieza de arrebato nigeriano.

Estas obras están aquí y son millones. La inmediatez cibernética ha traido la cotidaneidad real a la pantalla. Se deja querer por la cámara, que ya no asusta. Y, cuando son unos ojos tan inocentes como fascinantemente expertos los que la llevan al límite, sólo queda dejarnos maravillar.

lunes, 28 de marzo de 2011

Punto de Vista: Nostalgia de la luz

Patrico Guzmán, el hombre que recogió el levantamiento de Pinochet en uno de los trabajos documentales directos más interesantes, vuelve con otra película sobre su Chile. En Nostalgia de la luz (2010), los escenarios no son las asambleas obreras, ni el palacio presidencial ni las calles ocupadas por el Ejército. Esta vez, el escenario es uno mucho más poderoso y cautivador, contenedor también de toneladas de recuerdos e historia, que de vez en cuando salen a la superficie. La película fue proyectada en una sesión especial del Festival Punto de Vista, con la agradecida presencia de Guzmán respondiendo preguntas. Podéis ver, además, una entrevista al director al final de la entrada.

Tres realidades, a simple vista bien diferentes, confluyen en el desierto de Atacama. Guarda bajo su roca infinidad de huellas del pasado, tanto de los pueblos precolombinos, que dejan un rastro mágico, inquietante a los ojos de cualquier historiador, como de los mineros chilenos que se vaciaron en la penumbra de las catacumbas, más próximos en el tiempo. Se encargan de estudiarlo los arquélogos, los grandes lectores del pasado. Atacama es un libro abierto con las páginas en perfecto estado de conservación.

Pero no es la arqueología lo que despierta en Patricio el interés inicial. El desierto es también el lugar donde mejor se leen las estrellas. Las condiciones son idóneas. Por eso se encuentra allí un observatorio astronómico. El segundo protagonista el astrofísico, otro admirador del pasado. La luz que recibe cuando mira al cielo nocturno no es más que el resquicio de un tiempo ya desaparecido. El análisis del universo es, en realidad, el escrutinio de la memoria del tiempo. El documental parte de la pasión por la astronomía, un sentimiento casi infantil que recuerda a la fascinación que producen las estrellas al niño que mira al cielo. La memoria es, en definitiva, la obsesión de Patricio Guzmán.

La tercera columna de Nostalgia de la luz la componen las víctima
s de un país desmemoriado. Relegadas al olvido, mujeres incansables llevan décadas buscando los cadáveres enterrados de sus maridos. Nada les certifica que están bajo el desierto, más que el impulso por conocer la verdad y cerrar la herida que les desgarra desde que la dictadura sacudió Chile. Nadan contra el silencio de la sociedad chilena, incapaz de hacer justicia, contra el olvido programado de políticos y jueces y contra la sal ardiente de Atacama. Son "la lepra de Chile", pero tienen fuerza. La que les da el soñar que algún día podrán morir en paz.


Nostalgia de la luz es una historia de enorme vigencia en las sociedades del mundo fugaz, maravillosamente contada por el chileno, que nos concede el tiempo exacto para la reflexión. La pasión por el pasado, materializada en tres formas muy diversas, encuentra en el desierto de Atacama el escenario perfecto. Así, siempre en lucha contra el olvido, Patricio Guzmán viaja por el desierto, donde la total falta de humedad ha permitido que el pasado no se desgaste en la memoria de las secas rocas de Atacama.

jueves, 17 de marzo de 2011

Punto de vista: Tupi or not tupi

Tupi or not to be: that is the question. Esa era la cuestión para el brasileño Oswald de Andrade. A la vez que deboraba a Shakespeare, preconizaba la idea del canibalismo cultural en su Manifiesto Antropófago. La aplicación del canibalismo a la cultura, mezclando la propia, la indígena, con la invasora, ya en el estómago. En la retrospectiva Tupi or not tupi. Caníbales contra vampiros del Punto de Vista pude ver dos películas que trataban, de manera bien diferente, los problemas del choque cultural. El tema da para largo, pero sería mi único acercamiento a esta suerte de antropofagia.

Una es Les states meurent aussi (1953), mi principal razón para entrar en esta sesión. Chris Marker y Alain Resnais critican las formas de relación, básicamente de dominación de una raza sobre otra, que el colonialismo francés había establecido entre la metrópolis europea y las colonias africanas. Sobre un fondo siempre negro, los directores elaboran la película a partir de dos cosas: la acertada disección de figuras del arte africano, que suponen lo único que vemos en la pantalla, y el discurso a raíz de la pregunta: "¿Por qué el arte negro está en el Museo del Hombre y sin embargo el griego o el egipcio en el Museo del Louvre?". Al estilo Marker de montaje, ponen en duda las relaciones coloniales y la digestión despiadada de la cultura africana por las fauces de Occidente.

La siguiente es un documental más complicado de digerir: Triste trópico (1974), de Arthur Omar, la falsa biografía de un doctor que, después de realizar estudios médicos en París, acompañado de las figuras del surrealismo, regresa a Brasil y se apunta al mesianismo indígena como forma festiva de liberación. Su vida es igualmente surrealista, mediante la cual el director viene a poner en duda el propio cine documental. Se lo traga. Lo llama antidocumental.

jueves, 10 de marzo de 2011

Punto de Vista: sección oficial (I)

Las dos obras que van a ocupar estas líneas son bien diferentes, pero ambas se proyectaron en la sección oficial del Punto de Vista. Es buena muestra de la variedad de formas y contenidos. Aunque el tema a tratar sea siempre, en el fondo, la vida y la muerte.

Translating Edwin Honig: A poet's Alzheimer (2010), cortometraje de Alan Berliner, es una de las cosas más brillantes de las que pude disfrutar en el festival. Ganador, por cierto, del premio al Mejor Documental por el jurado, que lo describe como "un retrato transformador de la vejez, el lenguaje y la memoria". Estoy completamente de acuerdo con la decisión del jurado de otorgar el máximo premio en cortometraje al maravilloso trabajo de Alan Berliner.

En realidad son seis diferentes trabajos unidos en uno. Seis pequeñas piezas que forman un cortometraje, cada una tratando un aspecto diferente de la maltrecha memoria de Edwin Honig. El nonagenario poeta fue mentor de Berliner, una persona clave en el desarrollo de su carrera, así como primo e inspiración. Ahora padece la enfermedad que ha borrado su memoria. Berliner monta brillantemente las entrevistas que le ha hecho a lo largo de los últimos años. Cada una de las seis partes que componen Translating Edwin Honig es un acercamiento a veces divertido, otras emocionante, pero siempre incisivo a los recovecos de la maquinaria intelectual del poeta. Es también un homenaje al sentido de la poesía que aún mantiene el escritor. Aunque Honig pierda por completo la memoria y no recuerde su obra, parece que siempre será dueño del ritmo y la rima. Berliner rescata la musicalidad de su mentor y, mediante repeticiones del discurso de su primo, monta un pasaje maravilloso que descubre el poema al que se aferra el viejo Honig.

Gravity was everywhere back then (2010) es una obra plástica de Brent Green en forma de película. El director reconstruye la historia real de una pareja que se conoce en un accidente de coche con actores, animación y stop motion. Es una dramatización fantástica, podríamos decir. Mary enferma y Leonard decide construir una casa con sus propias manos como forma de sanar y evitar su muerte. La torre, cada vez más alta, serviría para acercarla de alguna forma a Dios. El interés en el documental estriba en su forma, casi de manualidad: el tratamiento de los escenarios y el stop motion. En lo demás, en cuanto a su reflexión sobre la muerte y los últimos momentos de consciencia, se queda corta. Esto es sólo una apreciación personal, pero creo que se pierde en la (para mí cansina) forma y no llega a convencer cualquier mensaje que se le presuponga. Recuerdo haber visto otro documental hace poco tiempo con una mirada mucho más deslumbrante y reflexiva en torno a una experiencia de la propia autora, que sueña con su propia muerte: The edge of dreaming (2010, Amy Hardie).

martes, 1 de marzo de 2011

Punto de Vista: La región central (I)

La semana pasada se celebró en Iruña el Punto de Vista. Bajo el subtítulo de Festival Internacional de Cine Documental de Navarra, una sección oficial y varias retrospectivas, se atreven con lo más interesante del panorama documental actual, cogiendo un poco de aquí, otro poco de allá y elaborando un menú increíblemente variado. Además, añaden otras secciones temáticas o la dedicada a los trabajos que se encuentran en esa difusa frontera con lo experimental. Caben todas las formas del documental más interesante. En definitiva, una semana de mucho cine y disfrute. Este año tuve la oportunidad de ver todo tipo de cine documental, desde lo más atrevido a trabajos más convencionales, y conocer de primera mano las opiniones de algunos directores. Una suerte de semana.

Mi primera sesión se enmarcaba en La región central, esa sección que reúne las obras de cine de no ficción "más arriesgado". Cuando nos movemos en estos territorios podemos esperar cualquier cosa, pero el resultado fue, en general, más que positivo. Pude ver un puñado de obras atrevidas con el lenguaje fílmico y emocionantes en el concepto documental.

Mi versión de Punto de Vista empezó con The Indian Boundary Line (2010), un mediometraje de Thomas Comerford. El trabajo disecciona una línea concreta de la geografía histórica americana, lugar de fronteras entre dos mundos opuestos. Chicago Rogers Avenue pasaría desapercibida en cualquier ciudad del mundo, pero tras esta reciente denominación se esconde la Indian Boundary Line, es decir, la frontera entre el mundo indio y los Estados Unidos de América. El director busca los restos de la Historia en la avenida, contraponiendo dos realidades bien distintas: el pasado fronterizo y el presente urbano. El estilo, un atrevido y heterogéneo contraste entre los documentos de la conquista del hombre blanco y las imágenes de la avenida, recorre los puntos relevantes de la línea trazada en el mapa fronterizo, fagocitado por la Ley del Este. Mediante esta mirada descubrimos que, inevitablemente, todo resquicio indio ha desaparecido, relegado a cierta imaginería folklórica. El pasarte final, el audio del último tratado de la conquista yuxtapuesto al vídeo del punto de vista actual, es realmente poderoso. No deja lugar a dudas. Ahora ya no queda ni el nombre.

El largo de la noche era otra sobre fronteras. Lee Anee Schmitt y Lee Lynch, directores de The last buffalo hunt (2010), pasaron 5 años detrás del último cazador de búfalos, en el oeste americano, donde parece que se congeló el tiempo tras la conquista blanca. Cada temporada acompaña a cazadores aficionados, nuevos y habituales, detrás de la bestia norteamericana por excelencia. En un ambiente salvaje, de desierto, caravanas y tiendas de campaña, un grupo cada vez más reducido y cada vez más viejo de vaqueros hacen de guía y tutor de quien quiera llevarse una foto con el búfalo cazado. Vemos el proceso de acercamiento al mundo salvaje y percibimos su paulatina desaparición. Notamos que son los últimos tiempos tanto del entorno como de sus protagonistas. No aguantan más.

Sí; pero, sobre todo esto, en la piel curtida y la mirada cansada del cazador se puede ver un retrato audaz del carácter americano. El gesto del vaquero y sus palabras esconden esa forma de ser que, a mi juicio, se hace tan exótica para un europeo. Siglos de conquista y construcción de un país nuevo bajo valores propios, años de orgullo y desengaño, como en la historia del hombre, modelan una forma de pensar y de actuar que los autores de The Last buffalo hunt, a lo largo de esta cacería del búfalo, han sabido captar a la perfección. El veterano guía, más protagonista que el bisonte, sus acompañantes y sus clientes son los referentes más expresivos de un viejo mundo al otro lado del charco. A la película le cuesta arrancar, pero el dibujo viene de primera mano, directo, optando por la cámara libre sobre el desierto, aunque la mirada es irónica, a veces punzante. Tras la muerte de la última presa, la película se para y reflexiona para finalizar el retrato de un carácter único.

sábado, 19 de febrero de 2011

EkoZinemaldia: época de estúpidos

Como si les hubiera llegado del futuro, Ekologistak Martxan abrió su Ekozinemaldi en Bilbao con The age of stupid, de Franny Armstrong. Es una película producida en 2009, vale, pero hace las veces de un documento grabado desesperadamente por un archivista en 2055, mandado desesperadamente a otro espacio y tiempo, como último grito de advertencia a quien quiera oirle. Esta especie de último habitante de una Tierra devastada por las consecuencias del cambio climático, cambia las armas de Robert Neville por la infinidad de documentos guardados en su Archivo del Ártico (nada de hielo). Combina su discurso melancólico y didáctico con algunos documentos almacenados, principamente anteriores a la crisis climática que hizo al planeta inhabitable (es decir, documentales actuales), aunque también hay algunos posteriores (ficcionales, claro). Está interpretado por el fallecido Pete Postlethwaite.

Los documentales reales son, en definitiva, la historia de varios personajes que viven el cambio climático de manera muy diferente: un viejo guía de los Alpes que ha visto evolucionar el glaciar a lo largo de su vida, el presidente de una nueva aerolínea low cost de la India, un inglés que aspira a construir un parque eólico que cambie el modelo energético de su país, un antiguo trabajador de una petrolera que lo pierde todo en las inundaciones de New Orleans, una mujer nigeriana cuya forma de vida se ve truncada por la planta de Shell que contamina el río donde pesca y una familia iraquí obligada a migrar a Jordania por la guerra por el petróleo. Estas historias, pese a parecer lejanas entre sí, están estrechamente enlazadas. Darnos cuenta, gracias a la narración oculta del archivista del futuro, de las relaciones entre las acciones de unos y las consecuencias en otros es uno de los mayores valores de la película.

Cada acercamiento a estos personajes es diferente, pero la comparación deja en evidencia a los responsables y a las víctimas. Se distinguen algunas víctimas directas (los iraquíes y la nigeriana), los ambientalistas (el francés y el inglés) y, por último, los hipócritas (el americano y el indio): el primero atribuye las inundaciones al cambio climático, pero no deja de sentirse orgulloso de su trabajo en la petrolera multinacional, mientras que el segundo pretende acabar con la pobreza vía abaratamiento de los viajes en avión, a pesar de ser consciente del efecto que tiene en el resto de la población.

El dibujo trazado en estos pequeños documentales, formalmente independientes, es interesado y a veces descaradamente parcial, pero otorga datos, especialmente sobre la industria petrolífera y los modelos energéticos imperantes, de gran valor. Están explicados de forma didáctica y sencilla. La conclusión a la que nos conduce es sobradamente interesante, aunque descubro cierta manga ancha a la industria eólica, caracterizada por un ciudadano inglés concienciado con el medio ambiente. Así, sin más. La forma del mensaje del futuro es original y está fantásticamente realizada. Peca, sin embargo, de catastrofista y generalmente sensacionalista. Contribuyen a esto, además de la narración subyacente, las piezas de los falsos documentales, pertenecientes a fechas del futuro actual. Son muy pocas, por lo menos. Podemos decir que esta intención, tan evidente, se perdona, en vista del mensaje vital que intenta transmitir.

En definitiva, la película nos presenta historias reales, fragmentadas y tratadas al estilo documental convencional, envueltas en el paquete formal del futuro que, lejos de ser magistral, es al menos algo original. Ayuda a la transmisión del mensaje. Pasadas por el filtro crítico de cada uno, colaboran en ese proceso de concienciación y activación medioambiental que necesita nuestra especie. Recomendado para las mentes conformistas que aún no están aterrorizados por la actividad humana sobre el planeta.

La proyección se acompañó del cortometraje La Mina, historia de una montaña sagrada (Survival, 2010). Una más de las piezas que cuentan, de una manera directa y sencilla, las injusticias medioambientales, sociales, económicas y políticas (es lo mismo) que son invisibles para nostros. En este caso, la situación del pueblo indígena Dongria Kondh (India) frente a la multinacional minera Vendanta Resources, que, asentada ya en sus bosques, tiene en el punto de mira su montaña sagrada. Esa es la infraestructura de nuestro primer mundo.

miércoles, 9 de febrero de 2011

El poder de la txalaparta y sus nómadas

La txalaparta necesita dos personas para sonar. Para sonar de verdad. Los sonidos rítmicos y constantes de su percusión surgen de la conversación, del toma y daca, de dos músicos. Txalaparta es comunicación e interactuación. Uno pregunta y el otro contesta. Uno afirma y el otro le niega. Ttakuna pone el orden. Herrena, el caos. Pero se complementan. Su sonido se suele utilizar, en las películas, para ambientar paisajes de montaña vasca. El intrumento está estrechamente unido a la cultura vasca. Sin embargo, cualquier músico verá algo más en sus tablas de madera.

Igor Otxoa y Harkaitz Martínez de San Vicente, los de Oreka TX, saben sacar lo máximo del instrumento. Muchas veces relegada a mero florero del folklore vasco, la txalaparta es más. Estos dos músicos llevan muchos años sacando música de esos golpes, que parecen de locos, y hace ya un lustro cogieron sus mochilas, dentro las tablas de madera, y a dar la vuelta al mundo. Llevaron a su máxima expresión el sentido comunicativo que emana de la percusión de la txalaparta, poniendo en contacto este trocito de sonido vasco con otros habitantes del planeta.

Durante el viaje, pusieron en común las diferentes formas de expresión que se encontraron en la India, Laponia, Mongolia y el Sáhara, todas alrededor de la fuerza comunicativa de la txalaparta. La misticidad del Ganges, la fría nieve del círculo polar ártico, las colinas que recorren los jinetes mongoles y la arena del desierto poco tienen que ver entre sí. Estos dos músicos, acompañados de una cámara, recogen lo necesario para mezclarlo y hacer una música que aglutine a todos, que sirva como canal de comunicación entre las diferentes culturas. La txalaparta hace esa labor.

Parece que lo único que une a la raza humana, con hijos tan diferentes en un mundo de mundos, inmenso, es la globalización, que nos coloca a todos en el mismo sitio. La globalización, la mundialización, por supuesto, de un solo concepto de entender la vida humana. Oreka TX, viajando hacia lo más primario, a la música más básica de las diferentes culturas del hombre, captura la esencia humana y la traduce al idioma de la música. Sin ningún problema de comprensión. Demuestran que globalización es otra cosa bien distinta. No es imposición de una cultura única, sino diálogo: el mismo diálogo musical que vemos entre los dos txalapartaris y las gentes que se encuentran.

De ese viaje, de ese diálogo, sale una música única (instrumento único incluído: txalaparta de hielo) y un documental en forma de road movie musical: Nömadak TX (2006), dirigido por Raúl de la Fuente. La película (que ahora se puede ver por eitb.com, aunque los supuestos subtítulos no se ven porque están cortados: ¡bravo!) es un bello testigo del viaje total. Los dos txalapartaris, haciendo de nómadas, marchan en un viaje por las expresiones más esenciales de los pueblos. No sabemos si el producto final, la composición verdaderamente global, la fabrican o más bien la sacan de dentro. Este caso particular nos sirve, más que para el manido "conocer otras culturas", para descubrir la posible comunicación armoniosa (y rítmica) entre ellas. Como en la txalaparta, ttakuna y herrena, se complementan. Uno y dos. El grande que se lo come todo no está invitado. Una vez más, urgar en el fondo de lo individual es el mejor camino para llegar a lo colectivo.

Por cierto, a la composición final se une Mikel Laboa.

lunes, 31 de enero de 2011

Thin Lizzy por Phil Lynott

Llevan el nombre Thin Lizzy, pero muchos lo llaman banda de tributo. Si de lo que se trata es de rendir tributo a Phil Lynott, fallecido en 1986 y alma absoluta del grupo irlandés, acepto el nombre. Si se refiere a los que visitaron este sábado la Rock Star Live de Barakaldo como banda de versiones, entonces, menudo lujo de banda de versiones. Visto el resultado, creo que merecen llamarse Thin Lizzy. El respeto eterno por Phyl Linott y la calidad mostrada sobre el escenario les concede ese honor.

El grupo venía comandado por Ricky Warwick haciendo las del mulato irlandés. Todas las miradas se centraban en él, pues tenía un dificilísimo papel que cumplir. Cada uno en su registro, se acopló sin problema a las canciones de Thin Lizzy en las labores de cantante. No necesitaba mucho trabajo como frontman, pues el plantel de la banda que le acompañaba hacía el resto. Al contrario que en la última reunión, el batería Brian Downey se unió a la fiesta, sin duda la novedad de la cita. Junto con el percusionista, otro original de Thin Lizzy pisaba las tablas: Scott Gorham. Mientras éste ponía la dosis de clase necesarias, el genial Vivian Campbell era el plato fuerte de las cuerdas. Su calidad casi convirtieron la sustitución de Lynott en tarea fácil. Completaban la alineación las teclas de Darren Wharton (incluso ayudó a cantar Still in love with you) y el bajo de Marco Mendoza. Este mexicano es un monstruo.

A la interpretación brillante de estos superclase de la música se le unió un perfecto empaque y la tremenda actitud que demostraron tener frente al público, que tenía ganas de disfrutar del sonido Lizzy, parido por el irlandés, aunque fantásticamente puesto en circulación durante esta gira por el sexteto. Parece ser que la edad no conciona el estado de forma de los actuales Thin Lizzy.

El respetable, previamente calentado por Supersuckers, que no tuve ocasión de ver, tenía muchas ganas de escuchar las guitarras dobladas características de la banda irlandesa. Hacía años que no podían disfrutar de ellas. Algunos habrán podido ver a Lynott en vida. Los más jóvenes, que, todo hay que decirlo, éramos los menos, no hemos tenido esa suerte, así que el concierto de este grupo era lo máximo a lo que podemos aspirar. Se respiraban recuerdos entre el público. Olía a cuero y gasolina. Are you ready? Sí. Estábamos preparados.

Rápidamente siguieron con la coreable Waiting for an alibi y, casi sin parar, la celebrada Jailbreak. Thin Lizzy estaban enchufadísimos. Con actitud y ganas pasó la primera parte, que paró con la relajada Still in love with you con el gran Vivian Campbell a las cuerdas. Siguió el hit Whiskey in the jar y la genial Emerald. Antes de que la gente cantara, con muchas ganas, Cowboy song, Downey demostró que no está mayor para la batería y se marcó un intenso solo. Era su carta de representación. Pocas veces tenía tanto sentido un solo de batería, algo con lo que algunos se empeñan en aburrirnos. Antes del primer bis llegó la más conocida, The boys are back in town. No por ello menos grande.

Con los nombres del cartel era imposible una interpretación falta de calidad. Ademas, estos Thin Lizzy le pusieron sentimiento. Ricky pasó el examen con nota, aunque sin duda le sobra el instrumento. Quizás se le haga raro cantar sin guitarra (en algún tema lo hizo), pero para el sonido Thin Lizzy sólo son necesarias dos. La tercera no hacía nada más que ensuciar el resultado, aunque sí endureció las canciones. Un detalle menor, en cualquier caso, pues las maravillosas melodías dobles ganaron la partida.

Volvieron con Rosalie y Bad reputation para hacer el segundo bis y despedirse definitivamente con Black Rose. Entre aplausos y sonrisas cerraron una noche de satisfacción, recuerdos y hard rock. Por Phil Lynott.

jueves, 27 de enero de 2011

El café atómico

No sé cómo no estamos todos muertos. No sé cómo no salimos calcinados de la Guerra Fría. No sé, de hecho, cómo no estamos podridos de radioactividad. Ahora mismo. Aún hoy, las armas nucleares siguen cociéndose bajo las oscuras capas de desinformación que tapan todo lo inadecuado. Tejida con cantos a la democracia y los derechos humanos, la tela de la más putrefacta araña bien se encarga de mantener nuestros ojos lejos de lo que hay debajo, donde las relaciones interestatales no conocen escrúpulo alguno.

Cuando uno ve un documental como The atomic cafe (1982), experimenta uno de esos momentos de revelación cuasi divina. Confirma su creencia. Y eso que habla del pasado. Concretamente de los primeros años de la carrera atómica. Nos sirve, sin embargo, como genial manual de instrucciones para descifrar el presente.

Jayne Loader, Kevin Rafferty y su hermano Pierce recopilaron, tras una ardua investigación sobre aquellos días, un montón de material fílmico grabado durante la guerra nuclear que se empezó a fraguar entre los Estados Unidos y la Unión Soviética nada más terminar la Segunda Guerra Mundial. Se hicieron con noticiarios, películas producidas por el gobierno estadounidense, vídeos destinados al ejército americano, publicidad y diversos programas de radio y televisión y lo montaron de la manera más divertida y significante posible. No hay narrador ni hilo conductor semejante más que el buen arte del montaje, más expresivo que nunca.

La reflexión está clara: ¿nadie era consciente, entre los años 40 y 60, de la locura nuclear? The atomic cafe es una invitación a ver los acontecimientos políticos con perspectiva, algo que, aplicado a nuestros ajes diarios, ayudaría a comprender y desenredar nudos ininteligibles. Posiblemente tendríamos la misma sensación que tenemos al ver este material. Seríamos conscientes de la sinrazón y, sobre todo, de sus formas de justificación. Los autores proponen un nuevo texto partiendo de la unión de documentos primarios de índole bien diferente. Las virtudes del montaje del documental son básicamente dos: el discurso brillantemente explicativo que nos ofrece, revelador y clarificador, y la eterna ironía frente a las actitudes de los ciudadanos americanos de entonces (el punto de vista es el de los USA), siempre presente en las reflexiones. Algunos de esos documentos, ciertamente, ya serían irónicos y reveladores por sí solos, pero en el marco de este perspicaz trabajo de desarchivación, recobran un poder narrativo desconocido y, no nos olvidemos, utilidad.

miércoles, 26 de enero de 2011

Balada triste y otras canciones

La misma semana que llegan a un acuerdo PSOE, PP y CiU para aprobar la Ley Sinde, me he animado a recuperar el blog, que este año aún no lo he estrenado. Aunque la vi hace un mes, tenía pensado comentar algo sobre la última película de Álex de la Iglesia, Balada triste de trompeta (2010), pero ha sido su dimisión de la Academia de Cine la que me ha impulsado definitivamente.

Escuece especialmente que Álex de la Iglesia haya tenido que dimitir de su cargo. No porque fuera un genial gestor y representante (intuyo, por la reacción de muchos compañeros y lo que se espera de los Goya, que sí, efectivamente, sí lo ha sido; pero tampoco tengo datos suficientes para afirmarlo), sino por las razones que le han llevado a ello, a la vista de todo el mundo las últimas semanas. Cuando el PSOE presentó la Ley Sinde a las Cortes (en realidad, un pequeño apartado de una ley económica mucho más amplia), el revuelo que se montó, especialmente en este mundo que llamamos Internet, fue de órdago. La Ley, que conocemos por el nombre de la ministra (con varios episodios controvertidos en su currículum político), puso a los ususarios de Internet, un grupo que ya ha demostrado anteriormente su capacidad de presión, en contra del Gobierno. Todos en bloque contra lo que suponía un ataque a nuestros derechos.

En toda la prensa y foros se dibujaba la lucha entre dos grupos irreconciliables: por una parte, un gran bloque de usuarios y ciudadanos, más numeroso que poderoso, y por otra, ell Gobierno, de la mano del lobby de la industria y los autores, más poderoso que numeroso. Pero a este dibujo en blanco y negro le faltaban los grises.

Álex de la Iglesia, director de la Academia (lo será hasta los Goya), sabiendo que las historias entre buenos y malos son más propias del cine que de la realidad, propuso un debate sereno, de propuestas, entre industria, autores y usuarios. Cualquier ser humano con dos dedos de frente sabrá que éste no es más que el procedimiento adecuado para llegar a acuerdos entre las partes y, eventualmente, legislar cuando es necesario. Pero en este Reino, y me temo que en el resto del planeta, no se destila aquello del sentido común. El Gobierno iba por otro lado.

Sentando como bases el respeto mutuo, la comprensión y la serenidad, ingredientes imprescindibles para el debate, Álex de la Iglesia, de manera casi personal, propició el acuerdo entre las partes, tan alejadas en principio. No sin éxitos, por cierto, pues las posturas fueron encontrándose, hasta llegar a hacer propuestas que parecían contentar a todos. No era el final, pero iban por buen camino. De los resutados de las reuniones, además, nos enteramos por el invento de las redes sociales. Al menos sirvió para darse cuenta de que tanto el mundo de la industria como el de los autores o usuarios lo componen personas normales, y no grandes tiburones. Los gigantes, ajenos a este mundo, estaban reuniéndose en otro lugar muy diferente.

Hasta que, de pronto, los políticos demostraron estar más lejos que nunca de sus representados y, como si no supieran por dónde les da el aire, los grupos parlamentarios socialista, popular y catalán (ay, duele llamarlos así) acuerdan la nueva Ley, que contentará, efectivamente, a un grupo minúsculo de tiburones. Así tiran por la borda el esfuerzo del plancton en hacer las cosas bien. Y, como resultado, la dimisión de Álex de la Iglesia, supongo que atónito.

Esto es sólo un ejemplo más de la mentira en que vivimos. Pero yo venía a hablar de una película, ¿no? Y una de las nuevas, además. De las que aún se pueden ver en los cines. Seguramente todos sepáis su argumento: dos payasos de un circo de época franquista están enamorados de la misma trapecista y harán lo que sea por quedársela. Este triángulo amoroso viaja a lo largo del tiempo, desde el corazón de la dictadura hasta los años 70, en un barco lleno disparates al más puro estilo De la Iglesia. Quizás la locura sea mayor que nunca.

El film empieza con la historia previa del payaso triste, el gran Carlos Areces, uno de los puntos fuertes de la película. Así se explica tanto su papel como su elección de ser payaso. Su padre, también clown, fue uno más entre las víctimas de la represión franquista. Destacan los títulos de crédito, un brillante viaje por la historia del Reino, y funcionan como elípsis hasta que el relato nos lleva a la edad adulta de Areces, donde entra a trabajar en el circo. Allí conoce a la mujer de la que se enamora y a su novio y rival, el payaso alcohólico y maltratador, pero triunfador jefe. Y aquí, cuando aún nos queda prácticamente toda la película, comienza la locura. Al final es un viaje de humor, una serie de sucesos desternillantemente decadentes, con la excusa de la crítica histórica (el personaje de Franco es absolutamente genial) y la forma del esperpento. Viajamos casi desconcertados por muchos pasajes de la obra. Los personajes parecen estar lejos de nosotros. Sus actos, reacciones y decisiones se nos hacen extraños. Esta falta de identificación ha sido sin duda buscada por De la Iglesia. Forma parte de la locura. El único personaje con el que nos podemos identificar es el motorista bala, el gran Alejandro Tejería. Y es más por dolor y pena.

Podemos pensar que en ocasiones la película se escapa de las manos del director a la vez que se le va la olla. Los momentos demasiados desconcertantes pueden romper el encanto, pero en lo global Balada triste de trompeta se convierte en un minucioso y trabajado relato de humor decadente, con cuya brutalidad, al menos, nos hemos reído.

¿Y vosotros, de qué circo habéis salido?