La txalaparta necesita dos personas para sonar. Para sonar de verdad. Los sonidos rítmicos y constantes de su percusión surgen de la conversación, del toma y daca, de dos músicos. Txalaparta es comunicación e interactuación. Uno pregunta y el otro contesta. Uno afirma y el otro le niega. Ttakuna pone el orden. Herrena, el caos. Pero se complementan. Su sonido se suele utilizar, en las películas, para ambientar paisajes de montaña vasca. El intrumento está estrechamente unido a la cultura vasca. Sin embargo, cualquier músico verá algo más en sus tablas de madera.
Igor Otxoa y Harkaitz Martínez de San Vicente, los de Oreka TX, saben sacar lo máximo del instrumento. Muchas veces relegada a mero florero del folklore vasco, la txalaparta es más. Estos dos músicos llevan muchos años sacando música de esos golpes, que parecen de locos, y hace ya un lustro cogieron sus mochilas, dentro las tablas de madera, y a dar la vuelta al mundo. Llevaron a su máxima expresión el sentido comunicativo que emana de la percusión de la txalaparta, poniendo en contacto este trocito de sonido vasco con otros habitantes del planeta.
Durante el viaje, pusieron en común las diferentes formas de expresión que se encontraron en la India, Laponia, Mongolia y el Sáhara, todas alrededor de la fuerza comunicativa de la txalaparta. La misticidad del Ganges, la fría nieve del círculo polar ártico, las colinas que recorren los jinetes mongoles y la arena del desierto poco tienen que ver entre sí. Estos dos músicos, acompañados de una cámara, recogen lo necesario para mezclarlo y hacer una música que aglutine a todos, que sirva como canal de comunicación entre las diferentes culturas. La txalaparta hace esa labor.
Parece que lo único que une a la raza humana, con hijos tan diferentes en un mundo de mundos, inmenso, es la globalización, que nos coloca a todos en el mismo sitio. La globalización, la mundialización, por supuesto, de un solo concepto de entender la vida humana. Oreka TX, viajando hacia lo más primario, a la música más básica de las diferentes culturas del hombre, captura la esencia humana y la traduce al idioma de la música. Sin ningún problema de comprensión. Demuestran que globalización es otra cosa bien distinta. No es imposición de una cultura única, sino diálogo: el mismo diálogo musical que vemos entre los dos txalapartaris y las gentes que se encuentran.
De ese viaje, de ese diálogo, sale una música única (instrumento único incluído: txalaparta de hielo) y un documental en forma de road movie musical: Nömadak TX (2006), dirigido por Raúl de la Fuente. La película (que ahora se puede ver por eitb.com, aunque los supuestos subtítulos no se ven porque están cortados: ¡bravo!) es un bello testigo del viaje total. Los dos txalapartaris, haciendo de nómadas, marchan en un viaje por las expresiones más esenciales de los pueblos. No sabemos si el producto final, la composición verdaderamente global, la fabrican o más bien la sacan de dentro. Este caso particular nos sirve, más que para el manido "conocer otras culturas", para descubrir la posible comunicación armoniosa (y rítmica) entre ellas. Como en la txalaparta, ttakuna y herrena, se complementan. Uno y dos. El grande que se lo come todo no está invitado. Una vez más, urgar en el fondo de lo individual es el mejor camino para llegar a lo colectivo.
Por cierto, a la composición final se une Mikel Laboa.
Igor Otxoa y Harkaitz Martínez de San Vicente, los de Oreka TX, saben sacar lo máximo del instrumento. Muchas veces relegada a mero florero del folklore vasco, la txalaparta es más. Estos dos músicos llevan muchos años sacando música de esos golpes, que parecen de locos, y hace ya un lustro cogieron sus mochilas, dentro las tablas de madera, y a dar la vuelta al mundo. Llevaron a su máxima expresión el sentido comunicativo que emana de la percusión de la txalaparta, poniendo en contacto este trocito de sonido vasco con otros habitantes del planeta.
Durante el viaje, pusieron en común las diferentes formas de expresión que se encontraron en la India, Laponia, Mongolia y el Sáhara, todas alrededor de la fuerza comunicativa de la txalaparta. La misticidad del Ganges, la fría nieve del círculo polar ártico, las colinas que recorren los jinetes mongoles y la arena del desierto poco tienen que ver entre sí. Estos dos músicos, acompañados de una cámara, recogen lo necesario para mezclarlo y hacer una música que aglutine a todos, que sirva como canal de comunicación entre las diferentes culturas. La txalaparta hace esa labor.
Parece que lo único que une a la raza humana, con hijos tan diferentes en un mundo de mundos, inmenso, es la globalización, que nos coloca a todos en el mismo sitio. La globalización, la mundialización, por supuesto, de un solo concepto de entender la vida humana. Oreka TX, viajando hacia lo más primario, a la música más básica de las diferentes culturas del hombre, captura la esencia humana y la traduce al idioma de la música. Sin ningún problema de comprensión. Demuestran que globalización es otra cosa bien distinta. No es imposición de una cultura única, sino diálogo: el mismo diálogo musical que vemos entre los dos txalapartaris y las gentes que se encuentran.
De ese viaje, de ese diálogo, sale una música única (instrumento único incluído: txalaparta de hielo) y un documental en forma de road movie musical: Nömadak TX (2006), dirigido por Raúl de la Fuente. La película (que ahora se puede ver por eitb.com, aunque los supuestos subtítulos no se ven porque están cortados: ¡bravo!) es un bello testigo del viaje total. Los dos txalapartaris, haciendo de nómadas, marchan en un viaje por las expresiones más esenciales de los pueblos. No sabemos si el producto final, la composición verdaderamente global, la fabrican o más bien la sacan de dentro. Este caso particular nos sirve, más que para el manido "conocer otras culturas", para descubrir la posible comunicación armoniosa (y rítmica) entre ellas. Como en la txalaparta, ttakuna y herrena, se complementan. Uno y dos. El grande que se lo come todo no está invitado. Una vez más, urgar en el fondo de lo individual es el mejor camino para llegar a lo colectivo.
Por cierto, a la composición final se une Mikel Laboa.
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