La frontera entre la ficción en la realidad es muy difusa. Si ya en la vida real nos cuesta diferenciar el hecho de la invención, lo auténtico de lo falso, la verdad de la mentira... en el caso del cine documental (así como de la ficción) es difícil distinguir qué es realidad y qué no. Bien podríamos llegar a concluir que todo está dispuesto por el director, o bien que, al fin y al cabo, todo lo que vemos, en realidad, es real. No es el punto llegar a ser extremistas.
Desde Fake de Orson Welles, el espectador ha creado un caparazón de incredulidad. En algunos casos, estas dudas chocan con la estricta realidad (real) que trata la película, como es el caso de La leyenda del tiempo de Isaki Lacuesta. En otros, el espectador despierta de la ingeniudad al enterarse de que todo era un montaje. Es mejor deleitarse con intentar descubrir esa barrera que separa al documental de la ficción. Entendamos estos nombres como géneros más o menos establecidos y finitos. La dificultad de discernir ambos es mayor si la obra juega al despiste: ¿documental ficcionado o ficción con rostro de documental?
Le quattro volte (Michelangelo Frammartino, 2010) se encuentra en esa frontera. Son cuatro historias reales, aunque no sabemos hasta qué punto. Mientras divagamos sobre el grado de manipulación de esa secuencia o las técnicas narrativas para aquélla, nos atrapa rápidamente tanto la historia como la belleza a la hora de mostrarla. La película nos lleva por el camino de la propia naturaleza, y de la acción del hombre sobre ella. No oímos ningún diálogo, más que el balido de unas cabras dirigidas por un pastor ya anciano (esto me suena). Cuando escapemos a otros lugares, aún seguiremos oyéndolas; el hilo que une las cuatro lejanas realidades también es fino. Nos habremos olvidado del documental y de la ficción, de la delgada frontera entre ambas, para internarnos en un discurso muy bello, que en definitiva nos pone una alfombra (de hierba) directa hacia su destino para darnos cuenta de la mismísima realidad. Al final se trata de poesía.
Desde Fake de Orson Welles, el espectador ha creado un caparazón de incredulidad. En algunos casos, estas dudas chocan con la estricta realidad (real) que trata la película, como es el caso de La leyenda del tiempo de Isaki Lacuesta. En otros, el espectador despierta de la ingeniudad al enterarse de que todo era un montaje. Es mejor deleitarse con intentar descubrir esa barrera que separa al documental de la ficción. Entendamos estos nombres como géneros más o menos establecidos y finitos. La dificultad de discernir ambos es mayor si la obra juega al despiste: ¿documental ficcionado o ficción con rostro de documental?
Le quattro volte (Michelangelo Frammartino, 2010) se encuentra en esa frontera. Son cuatro historias reales, aunque no sabemos hasta qué punto. Mientras divagamos sobre el grado de manipulación de esa secuencia o las técnicas narrativas para aquélla, nos atrapa rápidamente tanto la historia como la belleza a la hora de mostrarla. La película nos lleva por el camino de la propia naturaleza, y de la acción del hombre sobre ella. No oímos ningún diálogo, más que el balido de unas cabras dirigidas por un pastor ya anciano (esto me suena). Cuando escapemos a otros lugares, aún seguiremos oyéndolas; el hilo que une las cuatro lejanas realidades también es fino. Nos habremos olvidado del documental y de la ficción, de la delgada frontera entre ambas, para internarnos en un discurso muy bello, que en definitiva nos pone una alfombra (de hierba) directa hacia su destino para darnos cuenta de la mismísima realidad. Al final se trata de poesía.
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