martes, 28 de septiembre de 2010

Zinemaldia (I): Addicted to love

Antes de tomar una difícil y relevante decisión, voy a dedicarme a escribir sobre la primera película que vi en el Zinemaldia, recién llegado a la capital gipuzkoana, corriendo desde la estación hasta un Kursaal mañanero pero repleto de gente. Que, por cierto, no paraba de toser.

Esta película es Addicted to love (2010), escrita y dirigida por Liu Hao. Es china, así que uno ya presume lo que va encontrarse, o al menos su ritmo y sus formas. No sé si el espectador occidental está genética y culturalmente preparado para el cine asiático, siempre tan especial. A juzgar por los aplausos del auditorio, podemos pensar que sí. Un europeo puede disfrutar de la poesía oriental, tanto superficialmente, con su belleza y suavidad, como más profundamente.

Un día de mercado, el viejo Pop se encuentra con un antiguo amor. Y la reconoce. Nunca la había visto antes, aunque coinciden en la compra tres veces por semana. Ella es enferma de alzheimer, lo que hará que su hija recelosa le intente proteger del viejo. Curiosamente, no es la única obra sobre esta enfermedad en el festival de este año. Es la enfermedad del siglo XXI, la de la longevidad. Cuestión de que la raza humana se alargue tanto en el tiempo. El anciano, aunque sin el apoyo de sus hijos, hace lo posible por estar con ella y ayudarla a superar el alzheimer, ejercitando su mente con acertijos infantiles y graciosos, que hasta arrancan las carcajadas del público. Al final, el respetable conecta con los personajes. Suele pasar con los más mayores. Será por la comprensión del paso inevitable del tiempo, el deseo de llegar a esa edad tan adorables como los de la pantalla o el miedo a ambas; o las tres.

En Addicted to love, como no podía ser de otra manera, el cuidado del espacio es magistral. La descripción del entorno industrial, el del obrero jubilado, y la colocación de los personajes en una casa humilde absolutamente real se conjuga con una brillante muestra de los paisajes urbanos de este barrio de Beijing, el de verdad. Destaca la alta definición de la imagen, desde el aspecto técnico, aunque lo hace cuando los exteriores se hacen dueño del plano, en toda su bella amplitud. El control de los colores por parte de Liu Hao también agrada. El apartamento es tan rojo como China dice ser, pero se me hace inexplicable que algunos puntos, sobre todo en interiores, estén tan quemados. No sé si es mi ceguera o consecuencia de grabar con esta altísima definición de vídeo, igual demasiado nueva.

La mayoría de los actores no son profesionales. Esto le confiere un carácter sobrio pero real a la línea entre los dos protagonistas, que no es más que una tardía historia de amor, envuelta en las cuestiones familiares y las del olvido, siempre interesantes si uno de los miembros lleva ya mucho tiempo recorrido. El olvido y el recuerdo. La historia está dirigida lentamente, con intervalos para el disfrute sensorial y la reflexión.

El final, más que desconcertante, es que no podía ser de otra manera. Ya lo he decidido. Antes que The Wire, empezaré con The Sopranos.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Como disparar a un elefante

Hablar de To shoot an elephant (2009) no es hablar de un documental. Desde el punto de vista formal, poco nos puede aportar esta película. Si no fuera porque el corazón de un documental es la propia realidad. En este sentido, hablar de To shoot an elephant es referirse directamente a su objeto: el conflicto árabe-israelí. Aunque, después de su visionado, utilizar estos términos suene tan asquerosamente occidental.

Quiero decir que este trabajo de campo no hace grandes alardes, ni técnicos ni narrativos. No se trata de explorar las nuevas vías del cine documental. Lo que importa es lo grabado. Y vaya si es importante. La forma apenas supone intermediario, pues el objetivo es mostrar directamente la realidad. Y la realidad no carece ni un ápice de fuerza narrativa. Así, el documental es más que una noticia, más que cualquier relato: supone una fuente absolutamente primaria de la historia actual de Palestina, ese país maltratado perpetuamente por el tiempo. Alberto Arce, cámara al hombro (cámara en mano), siempre acompañado del también director Mohammad Rujailah, se topa en la Franja de Gaza, en pleno trabajo humanitario de un grupo internacional de activistas pro derechos humanos, con la Operación Plomo Fundido. Efectivamente, la masacre que destruyó la Franja Oeste y aisló aún más a sus habitantes de cualquier tipo de ayuda. El estilo es el más directo posible: el que reconoce la cámara como el ojo eterno que nunca olvida, muchas veces buscado por los propios protagonistas, deseosos de que este testimonio llegue al resto del mundo. Nada más ni nada menos: bombardeos a hospitales, ataques a ambulancias, niños asesinados, fósforo, niños sonrientes, madres desgarradas, casas destrozadas, funerales de venganza y un pueblo que no se lo explica. Sólo queda Alá.

El documental no es un análisis del conflicto, ni siquiera superficial. Tampoco lo pretende. No es más que un pedazo de esa realidad asoladora, pero de incalculable valor. Sobran los calificativos o siquiera una descripción de la crueldad, el terror y, en definitiva, la injusticia. Para ello está el documento; suficiente. A pesar de todo ello, a pesar de que está grabado en un lugar y en un momento muy concreto, y más allá de la violencia de la ocupación, me quedo con los momentos que ofrecen una reflexión más amplia: el hombre increpando a la activista extranjera por permitir todo aquello, por ejemplo. Ella no es responsable, y él lo sabe, pero merece gritar, y que le escuchen. La culpa echada ya no a Israel, sino a la comunidad internacional, que mira impasible, a sabiendas de que todo es consecuencia de su ceguera inicial y su pésima gestión. Maldito sentimiento de culpa. Y por supuesto, el epílogo. De escasos segundos, está brillantemente elegido.

La obra da pie a comentar otros problemas de interés, aunque, sinceramente, después de haber visto el dolor de Gaza tan de cerca, se diluyen en la banalidad. Sólo comentar que To shoot an elephant, por lo que parece, ha tenido dificultades en la distribución. Por eso se puede descargar gratuitamente en su página oficial. Sea bienvenido.

Buen momento éste para recomendar una mirada global al conflicto palestino: Fronteras movedizas, las reflexiones de Enric González. Ahora se ha tomado unas vacaciones, del blog pero merece la pena leerle, de verdad. Habrá que decidir si queremos un pueblo donde prevalezca la justicia, pero nadie queda vivo, o uno en que sobrevivan, aunque haya que lamentar errores y llorar lo perdido. Sus píldoras deberían ser, como este documental tosco y directo, obligatorias para el ser humano. Esto existe, y es de verdad.

jueves, 23 de septiembre de 2010

The Beguiled (Don Siegel, 1971)

Ayer comenzó un ciclo con la filmografía de Don Siegel en el Guggenheim. Hoy ya termina. En total habrán pasado cuatro películas del director americano. Es el pedacito de Zinemaldi que se traen a Bilbao, dentro de la retrospectiva sobre el autor que celebra el festival donostiarra.

La que tocó ver fue The Beguiled (1971). En este clásico con sabor a experimento, Clint Eastwood es el seductor. El actor fetiche de Siegel, al menos durante un puñado de películas, es John McBurney, un soldado yankee irresistible que, herido en la guerra civil de los USA, da a parar a un colegio femenino del bando confederado, o, mejor dicho, a una suerte de casa de Bernarda Alba americanizada. The Beguiled es, ante todo, una historia de engaños y mentiras, a veces telenovelescas, pero por momentos, cobra importancia el trasfondo bélico, sobre todo durante las conversaciones entre el hombre del Norte que trae libertad y la negra esclava que dice ser feliz en el Sur, un filón desaprovechado por Siegel. Parece que el ansia libertador de pueblos que no quieren ser liberados existe desde los orígenes del Imperio.

El bueno de Clint es el seductor total, aunque su objetivo sea más militar y de supervivencia que el de saciar su deseo. Desde la adulta directora, pasando por la joven desengañada con los hombres y la adolescente hambrienta de cualquier cosa, hasta llegar a la niña inocente (primerísima de las seducidas y por eso la más terriblemente desencantada), todas son absorvidas por el atractivo del norteño. Todas, a su vez, intentan ganar su amor, incluso si para eso hay que traicionar a la causa confederada. Es la primera parte de la película, cuando se tejen estas tramas, la menos interesante. Siegel actúa de una forma demasiado evidente, a veces hasta de forma molesta, haciendo que el film no se aleje mucho de cualquier culebrón.

Cuando aquello que no acertó a esconder sale a la luz, la película adquiere ese carácter experimental (dentro de ciertos límites) que el propio director le reconoce. En esta segunda parte del film las formas cobran más interés. Se nota que a Siegel se le quiere ir algo la mano, y se le va. Es una buena excusa para disfrutar. A este punto de desfragmentación de la historia en el que se destapa la manta, nos lleva, además, una secuencia central cargada de tensión, brillantemente conducida por Siegel. Aquí podemos aventurar que lo que viene encima de ese internado sureño para mujeres no es cualquier cosa.

El final sólo confirma que esto no era más que un experimento de un director consagrado, su obra más personal, una isla visceral en un mar de pacíficas mentiras.

Cabe destacar un plano que os desvelaría el desenlace. Así que me cayo. Sólo puedo decir que es un subjetivo de McB. Hilarante.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

De crisis y oportunidades (me suena)

Las crisis generan nuevas oportunidades. Eso dicen, y yo me lo creo. Este blog nace de una crisis, la del recién licenciado. No sé si sólo es eso, pero en cualquier caso, he decidido canalizar parte de mi tiempo libre a escribir.

Aquí, mientras me deleito con los placeres mundanos (o debería decir infernales) de Física o Química y un Valencia-Atlético, doy el pistoletazo de salida a este experimento. No sé quién/es será/n mi/s lector/es, ni qué es lo que se va/n a encontrar. Supongo que será una suerte de pensamientos difíciles de escuchar, que encontrarán en estas líneas su única vía de escape. Entre críticas cinematográficas y crónicas musicales, alguna que otra reflexión sobre esto, que es la vida, y unos pocos gritos al viento.

Nos iremos enterando. De mientras, y antes del Oeste, se me ocurre que quizás la mayor de las crisis sea cuando se acaban las pilas del mando.