Después de tanto tiempo sin escribir una entrada en este blog, no vamos a volver ni con una película de ficción, ni con un documental, ni con cortometrajes ni siquiera con un concierto. Las experiencias audiovisuales también se pueden encontrar en otros formatos.
Las jornadas Pantalla Límite, organizadas por Jorge Núñez, David Feito y Natxo Rodríguez en la Facultad de Bellas Artes de la UPV, buscaban abrir esas otras ventanas al margen de la pantalla de cine, televisión o del ordenador, que se encuentran al límite de la creación audiovisual, al límite de la narrativa convencional. Estas jornadas trajeron como primer invitado a Andrés Duque.
La última obra del realizador venezolano, Color perro que huye (2011), se encuentra en el extremo del documental. Es, directamente, un compendio de los archivos que, como descartes de otras obras o grabaciones personales, se encontraban en el ordenador de Duque. A pesar de que se estrenó en Punto de Vista, su crónica se perdió en el tiempo y no comenté nada aquí, así que aprovecho esta entrada para recalcar el buen ojo del demiurgo. Pues es esa la labor que realiza: seleccionar, ordenar y mostrar, dejando que la mirada de cada espectador se funda con su trabajo de guía. La película comienza descolocándonos por su extravagancia, pero esta galería de clips comisionada por Andrés Duque termina fascinando, además de por su labor de montaje, creando nuevas historias de la relación de los vídeos, precisamente, por las mismas razones que muchas piezas anónimas que encontramos en la Red nos pueden encantar.
En el nuevo mundo de las tecnologías, Internet y la sociedad red, cada cual puede ser periodista, comunicador y también cineasta. Las posibilidades de crear una obra audiovisual se han posado sobre manos curtidas fuera del mundo académico y la expeciencia cinéfila. Lejos de ser esto el Apocalípsis, sencillamente es una oportunidad para disfrutar de obras inquietantemente maravillosas. Aquí entra en juego, principalmente, YouTube.
YouTube, entre otras cosas, pone a disposición de todo el mundo vídeos que de otra forma estarían ocultos. Por ejemplo, el siguiente. Todos nos acordamos de Natascha Kampusch, aquella niña secuestrada por su propio padre en Austria. Éste es el vídeo del zulo donde estuvo recluida grabado por un agente de policía:
Fascinante esta mirada inexperta, aparentemente sin cortes de montaje, de un simple agente de policía. Ayudado, claro está, por la fuerza del propio carácter del espacio y la historia que ya conocemos, la obra es en sí misma inquietante. El recorrido trazado por el zulo, los detalles mostrados, las letras policiales y el espejo sólo pueden ser producto de una esencia cinematográfica interior, quizás aprehendida inconscientemente tras años y años de consumo audiovisual. Al final, todo ciudadano es un experto cinematográfico. Cuando el pálpito audiovisual se desata de esta forma tan casual queda una pieza para el análisis. Como esta otra:
La (casual) puesta en escena es digna de un maestro del cine. Organizado en torno a un personaje heróico, capaz de discernir el bien del mal y aplicar la ley de la justicia, el travelling te captura de manera magistral. Este personaje ha tenido infinidad de versiones, otras muestras del arte que flota por Internet. El audiovisual no es más que una, si bien la más poderosa, entre las disciplinas artísticas que ha democratizado (cómo odio esta palabra) la sociedad red. El género más recurrido es el humorístico, a poder ser en los márgenes o ya fuera de la moral pública, que encuentra resguardo en Internet. Aunque el objetivo sea el entretenimiento, estas obras siempre están cargadas de ironía y algo más, algo que explora la complicidad de una comunidad mundial y un inconformismo siempre crítico. Pero volvamos al audiovisual, y hablando de versiones, YouTube también es un escaparate para quien decide mutar algo que ya existe:
Entre los vídeos propuestos por Andrés Duque, también hubo alguno directamente relacionado con el cine (con el cinematógrafo convencional, mejor dicho), como este trailer lynchiano de Dirty Dancing o una pieza de arrebato nigeriano.
Estas obras están aquí y son millones. La inmediatez cibernética ha traido la cotidaneidad real a la pantalla. Se deja querer por la cámara, que ya no asusta. Y, cuando son unos ojos tan inocentes como fascinantemente expertos los que la llevan al límite, sólo queda dejarnos maravillar.