lunes, 27 de septiembre de 2010

Como disparar a un elefante

Hablar de To shoot an elephant (2009) no es hablar de un documental. Desde el punto de vista formal, poco nos puede aportar esta película. Si no fuera porque el corazón de un documental es la propia realidad. En este sentido, hablar de To shoot an elephant es referirse directamente a su objeto: el conflicto árabe-israelí. Aunque, después de su visionado, utilizar estos términos suene tan asquerosamente occidental.

Quiero decir que este trabajo de campo no hace grandes alardes, ni técnicos ni narrativos. No se trata de explorar las nuevas vías del cine documental. Lo que importa es lo grabado. Y vaya si es importante. La forma apenas supone intermediario, pues el objetivo es mostrar directamente la realidad. Y la realidad no carece ni un ápice de fuerza narrativa. Así, el documental es más que una noticia, más que cualquier relato: supone una fuente absolutamente primaria de la historia actual de Palestina, ese país maltratado perpetuamente por el tiempo. Alberto Arce, cámara al hombro (cámara en mano), siempre acompañado del también director Mohammad Rujailah, se topa en la Franja de Gaza, en pleno trabajo humanitario de un grupo internacional de activistas pro derechos humanos, con la Operación Plomo Fundido. Efectivamente, la masacre que destruyó la Franja Oeste y aisló aún más a sus habitantes de cualquier tipo de ayuda. El estilo es el más directo posible: el que reconoce la cámara como el ojo eterno que nunca olvida, muchas veces buscado por los propios protagonistas, deseosos de que este testimonio llegue al resto del mundo. Nada más ni nada menos: bombardeos a hospitales, ataques a ambulancias, niños asesinados, fósforo, niños sonrientes, madres desgarradas, casas destrozadas, funerales de venganza y un pueblo que no se lo explica. Sólo queda Alá.

El documental no es un análisis del conflicto, ni siquiera superficial. Tampoco lo pretende. No es más que un pedazo de esa realidad asoladora, pero de incalculable valor. Sobran los calificativos o siquiera una descripción de la crueldad, el terror y, en definitiva, la injusticia. Para ello está el documento; suficiente. A pesar de todo ello, a pesar de que está grabado en un lugar y en un momento muy concreto, y más allá de la violencia de la ocupación, me quedo con los momentos que ofrecen una reflexión más amplia: el hombre increpando a la activista extranjera por permitir todo aquello, por ejemplo. Ella no es responsable, y él lo sabe, pero merece gritar, y que le escuchen. La culpa echada ya no a Israel, sino a la comunidad internacional, que mira impasible, a sabiendas de que todo es consecuencia de su ceguera inicial y su pésima gestión. Maldito sentimiento de culpa. Y por supuesto, el epílogo. De escasos segundos, está brillantemente elegido.

La obra da pie a comentar otros problemas de interés, aunque, sinceramente, después de haber visto el dolor de Gaza tan de cerca, se diluyen en la banalidad. Sólo comentar que To shoot an elephant, por lo que parece, ha tenido dificultades en la distribución. Por eso se puede descargar gratuitamente en su página oficial. Sea bienvenido.

Buen momento éste para recomendar una mirada global al conflicto palestino: Fronteras movedizas, las reflexiones de Enric González. Ahora se ha tomado unas vacaciones, del blog pero merece la pena leerle, de verdad. Habrá que decidir si queremos un pueblo donde prevalezca la justicia, pero nadie queda vivo, o uno en que sobrevivan, aunque haya que lamentar errores y llorar lo perdido. Sus píldoras deberían ser, como este documental tosco y directo, obligatorias para el ser humano. Esto existe, y es de verdad.

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