La que tocó ver fue The Beguiled (1971). En este clásico con sabor a experimento, Clint Eastwood es el seductor. El actor fetiche de Siegel, al menos durante un puñado de películas, es John McBurney, un soldado yankee irresistible que, herido en la guerra civil de los USA, da a parar a un colegio femenino del bando confederado, o, mejor dicho, a una suerte de casa de Bernarda Alba americanizada. The Beguiled es, ante todo, una historia de engaños y mentiras, a veces telenovelescas, pero por momentos, cobra importancia el trasfondo bélico, sobre todo durante las conversaciones entre el hombre del Norte que trae libertad y la negra esclava que dice ser feliz en el Sur, un filón desaprovechado por Siegel. Parece que el ansia libertador de pueblos que no quieren ser liberados existe desde los orígenes del Imperio.
El bueno de Clint es el seductor total, aunque su objetivo sea más militar y de supervivencia que el de saciar su deseo. Desde la adulta directora, pasando por la joven desengañada con los hombres y la adolescente hambrienta de cualquier cosa, hasta llegar a la niña inocente (primerísima de las seducidas y por eso la más terriblemente desencantada), todas son absorvidas por el atractivo del norteño. Todas, a su vez, intentan ganar su amor, incluso si para eso hay que traicionar a la causa confederada. Es la primera parte de la película, cuando se tejen estas tramas, la menos interesante. Siegel actúa de una forma demasiado evidente, a veces hasta de forma molesta, haciendo que el film no se aleje mucho de cualquier culebrón.
Cuando aquello que no acertó a esconder sale a la luz, la película adquiere ese carácter experimental (dentro de ciertos límites) que el propio director le reconoce. En esta segunda parte del film las formas cobran más interés. Se nota que a Siegel se le quiere ir algo la mano, y se le va. Es una buena excusa para disfrutar. A este punto de desfragmentación de la historia en el que se destapa la manta, nos lleva, además, una secuencia central cargada de tensión, brillantemente conducida por Siegel. Aquí podemos aventurar que lo que viene encima de ese internado sureño para mujeres no es cualquier cosa.
El final sólo confirma que esto no era más que un experimento de un director consagrado, su obra más personal, una isla visceral en un mar de pacíficas mentiras.
Cabe destacar un plano que os desvelaría el desenlace. Así que me cayo. Sólo puedo decir que es un subjetivo de McB. Hilarante.
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