Se trata de dos trabajos, sólo que la segunda parte es la que se ha estrenado este año. Están dirigidos por Aitor Gisasola y producidos por la revista UK. El tronco es el trabajo de documentación de Fredi Paia. El espíritu de ambos casa mucho con mi admiración por lo que nuestros mayores pueden contarnos sobre el devenir de nuestra familia, la historia cercana de nuestros pueblos o, sin más, sobre la vida. Y por la forma en la que nos lo cuentan: vemos recuerdos de otra época a través de las arrugas, síntoma imparable del paso del tiempo. No es la primera vez que me leéis decir algo parecido, y seguramente no será la última. En una sociedad cada vez más poblada por mayores (aunque no estoy seguro de si mi generación podrá colaborar en seguir deformando la pirámide demográfica o morirá en el intento), siento que impera un, no sé si desprecio, pero sí desde luego un desinterés por la vida de los mayores, por su conversación y por el mundo del que provienen, casi siempre rural o, si no, industrial, pero del auténtico.
Getxo ha cambiado muchísimo en el último siglo. Desde Azkorri hasta Areeta, sus pueblos y barrios han seguido evoluciones distintas, acogiendo gente diferente, pero siempre creciendo de una manera bestial (y eso que no es la zona que más ha sufrido). Como en el resto de Bizkaia, los cambios en los modelos de vida han dado paso a una remodelación del territorio. Es fácil intuirlo en lo que nos cuentan los mayores: los baserris que dieron nombre a las calles de ahora, llenas de bloques de pisos; el arenal que cubría lo que hoy son casas y casas; el pantano que cuando llueve aún asoma bajo el cemento; las viejas mansiones que parecen igual que antaño; el tren que casi no pasaba, pero dejaba ver sus vías y estaciones sobre la tierra en vez de bajo ella... Getxo ha cambiado, pero también la forma de vivir de los getxoztarras. En las entrevistas impera lo cotidiano y familiar sobre cualquier otra consideración: nos hablan de sus juegos de niños, del trabajo en el campo o en el puerto, de la mitología, de los ünguentos, de la guerra, de los franquistas... Todo ello en un exquisito y único euskera que, tristemente, está a punto de desaparecer. Me refiero al dialecto de Uribe Kosta, comarca de erdeldunes y euskaldunbarris. Es una pena, pero gracias a un buen trabajo de campo podrá conservarse, al menos académicamente (éste trabajo se está realizando, afortunadamente; aprovecho para recomendar el recién publicado diccionario topográfico Getxoko izenak, otra joyita). También por eso, este documental es doblemente importante. Los que no tuvimos la suerte, tendremos que hacer lo posible para que no se pierda esta particular forma de hablar euskera. Vale, sí, parece una utopía. Ya sé cómo es Getxo.
He de decir que la forma no acompaña del todo (para el estudio narrativo y formal están otras obras), pero se nota el interés de adornar un contenido ya bello de por sí. Es, sobre todo, un canto a la imaginación de tiempos distintos, una excusa para disfrutar con las historieras de nuestros viejos, pero también un toque de atención para los habitantes del presente. A ver si nos damos cuenta.
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