Como si les hubiera llegado del futuro, Ekologistak Martxan abrió su Ekozinemaldi en Bilbao con The age of stupid, de Franny Armstrong. Es una película producida en 2009, vale, pero hace las veces de un documento grabado desesperadamente por un archivista en 2055, mandado desesperadamente a otro espacio y tiempo, como último grito de advertencia a quien quiera oirle. Esta especie de último habitante de una Tierra devastada por las consecuencias del cambio climático, cambia las armas de Robert Neville por la infinidad de documentos guardados en su Archivo del Ártico (nada de hielo). Combina su discurso melancólico y didáctico con algunos documentos almacenados, principamente anteriores a la crisis climática que hizo al planeta inhabitable (es decir, documentales actuales), aunque también hay algunos posteriores (ficcionales, claro). Está interpretado por el fallecido Pete Postlethwaite.
Los documentales reales son, en definitiva, la historia de varios personajes que viven el cambio climático de manera muy diferente: un viejo guía de los Alpes que ha visto evolucionar el glaciar a lo largo de su vida, el presidente de una nueva aerolínea low cost de la India, un inglés que aspira a construir un parque eólico que cambie el modelo energético de su país, un antiguo trabajador de una petrolera que lo pierde todo en las inundaciones de New Orleans, una mujer nigeriana cuya forma de vida se ve truncada por la planta de Shell que contamina el río donde pesca y una familia iraquí obligada a migrar a Jordania por la guerra por el petróleo. Estas historias, pese a parecer lejanas entre sí, están estrechamente enlazadas. Darnos cuenta, gracias a la narración oculta del archivista del futuro, de las relaciones entre las acciones de unos y las consecuencias en otros es uno de los mayores valores de la película.
Cada acercamiento a estos personajes es diferente, pero la comparación deja en evidencia a los responsables y a las víctimas. Se distinguen algunas víctimas directas (los iraquíes y la nigeriana), los ambientalistas (el francés y el inglés) y, por último, los hipócritas (el americano y el indio): el primero atribuye las inundaciones al cambio climático, pero no deja de sentirse orgulloso de su trabajo en la petrolera multinacional, mientras que el segundo pretende acabar con la pobreza vía abaratamiento de los viajes en avión, a pesar de ser consciente del efecto que tiene en el resto de la población.
El dibujo trazado en estos pequeños documentales, formalmente independientes, es interesado y a veces descaradamente parcial, pero otorga datos, especialmente sobre la industria petrolífera y los modelos energéticos imperantes, de gran valor. Están explicados de forma didáctica y sencilla. La conclusión a la que nos conduce es sobradamente interesante, aunque descubro cierta manga ancha a la industria eólica, caracterizada por un ciudadano inglés concienciado con el medio ambiente. Así, sin más. La forma del mensaje del futuro es original y está fantásticamente realizada. Peca, sin embargo, de catastrofista y generalmente sensacionalista. Contribuyen a esto, además de la narración subyacente, las piezas de los falsos documentales, pertenecientes a fechas del futuro actual. Son muy pocas, por lo menos. Podemos decir que esta intención, tan evidente, se perdona, en vista del mensaje vital que intenta transmitir.
En definitiva, la película nos presenta historias reales, fragmentadas y tratadas al estilo documental convencional, envueltas en el paquete formal del futuro que, lejos de ser magistral, es al menos algo original. Ayuda a la transmisión del mensaje. Pasadas por el filtro crítico de cada uno, colaboran en ese proceso de concienciación y activación medioambiental que necesita nuestra especie. Recomendado para las mentes conformistas que aún no están aterrorizados por la actividad humana sobre el planeta.
La proyección se acompañó del cortometraje La Mina, historia de una montaña sagrada (Survival, 2010). Una más de las piezas que cuentan, de una manera directa y sencilla, las injusticias medioambientales, sociales, económicas y políticas (es lo mismo) que son invisibles para nostros. En este caso, la situación del pueblo indígena Dongria Kondh (India) frente a la multinacional minera Vendanta Resources, que, asentada ya en sus bosques, tiene en el punto de mira su montaña sagrada. Esa es la infraestructura de nuestro primer mundo.